No te quedes inmóvil
al borde del camino
no congeles el júbilo
no quieras con desgana
no te salves ahora
ni nunca
no te salves
no te llenes de calma
no reserves del mundo
sólo un rincón tranquilo
no dejes caer los párpados
pesados como juicios
no te quedes sin labios
no te duermas sin sueño
no te pienses sin sangre
no te juzgues sin tiempo
pero si
pese a todo
no puedes evitarlo
y congelas el júbilo
y quieres con desgana
y te salvas ahora
y te llenas de calma
y reservas del mundo
sólo un rincón tranquilo
y dejas caer los párpados
pesados como juicios
y te secas sin labios
y te duermes sin sueño
y te piensas sin sangre
y te juzgas sin tiempo
y te quedas inmóvil
al borde del camino
y te salvas
entonces
no te quedes conmigo.
A Dios le gusta observar, es un bromista: piensa, dota al hombre de instintos.
Os da esa extraordinaria virtud, y ¿qué hace luego? Los utiliza para pasárselo en grande, para reírse de vosotros al ver cómo quebrantáis las reglas. Él dispone las reglas y el tablero y es un auténtico tramposo: mira pero no toques, toca pero no pruebes, prueba pero no saborees. Y mientras os lleva como marionetas de un lado a otro ¿qué hace él? ¡Se descojona!
Aquí está el fugitivo de siempre
Aquí la eternidad que fue un instante
Aquí donde ninguno de vosotros se atreve
Aquí nuestros besos comunicantes
Aquí no hay nadie a quien seguir
Aquí que nadie es un huésped fijo
Aquí sigo viviendo bien sin mí
Aquí sólo quiero estar contigo
Aquí seguro de hacer lo incorrecto
Aquí porque no hay suficientes pruebas
Aquí como un inválido en el desierto
Aquí me quedo
Aquí con ella
Aquí en atención a las circunstancias
Aquí la noche infinita que no duerme
Aquí olvidé lo que me desconcertaba
Aquí vuelvo a estar ausente
Aquí el acantilado que ruje a las olas
Aquí que le llaman allá fuera
Aquí los que vencimos con nuestra derrota
Aquí que ya no salimos a escena
Aquí que tampoco es la vida real
Aquí que no es un infierno