miércoles, 18 de noviembre de 2009

Menos dos alas






González era un ángel menos dos alas,
González era un santo por lo civil,
un dandi con un ojo a la funerala,
tan rojo tan Oviedo y tan zascandil.

Hilaba en los garitos de mala nota
boleros de Machín con Juanín de Mieres:
apurando esos güisquis en los que flota
la luna de las golfas y los crupieres.

Cuando volvía
del extranjero,
tan forastero;
a las dos no era de día,
a las seis ya era de noche,
pídame un coche
fumando espero
y le aplaudían
los camareros.

Otoños y otras luces, pan con verbena;
tan Príncipe de Gales de Cortefi el;
tratado de urbanismo, Juan de Mairena:
proustiana magdalena, tinta y papel.

Verde por la vergüenza que no tenía,
hasta ayudó a Caronte a quemar sus naves,
contaba que morirse no era tan grave
y agonizó en voz baja, por cortesía.

Cuando volvía
del extranjero,
tan forastero;
a las dos no era de día,
a las seis ya era de noche,
pídame un coche
fumando espero
y le aplaudían
los camareros.


Hoy suena: Joaquín Sabina - Menos dos alas

sábado, 14 de noviembre de 2009

El Precio de la Sabiduría

Belgermir alzó la mirada hacia la entrada de la gruta. No era común tener visitas en el Pozo de Mimir. No había entrado nadie desde hacía miles de años, cuando la sangre de Ymir, derramada por los temibles hijos de Bor, había formado los once ríos sagrados.

El gigante se rascó la cabeza. Siempre que se movía, allí en la soledad de la oscuridad, el ruido de las inmensas cadenas provocaba un eco largo, metálico, sombrío, que se eternizaba entre los huecos e interminables túneles de los que estaba formado la lejana isla.

No era fácil llegar hasta él. Desde que había sido encadenado, Belgermir había asegurado que se vengaría aunque fuese en el último día de su vida. Era el más grande de sus hermanos y el único con el raciocinio suficiente para darse cuenta de que, de no vigilar el Pozo, sus conocimientos y la sabiduría que encerraban las oscuras aguas que se removían en su interior, podían caer en manos dioses y gigantes, los cuales no escatimarían esfuerzos en conseguirlas, pero él, Belgermir, el Guardián, no había permitido nunca que ninguno de ellos osase traspasar los umbrales de la caverna, eterna guarida y prisión del gigante.

Belgermir tenía dos ojos, pero parecía ser que ya uno de ellos se había entregado a la eterna oscuridad. En el húmedo suelo de la cueva habían crecido raíces y enredaderas, que subían por las piernas del monumental gigante, el cual, por su tamaño, debía permanecer sentado, y eso le producía un sempiterno dolor de espalda. Había aprendido a soportar el dolor y la soledad, rompiendo de vez en cuando el silencio con algún bostezo que de haber estado habitada la isla, de seguro hubiese hecho creer a sus habitantes que las fauces de Nilfheim se habían abierto prestas a devorar a todo ser viviente.

Belgermir reía de vez en cuando, recordando los viejos tiempos. No había estado solo tanto tiempo en unos, ¿qué podemos decir? ¿Dos, tres eones? Para el gigante eran iguales todos los días, todos los años, todos los siglos. Ya no recordaba el sol ni el canto del gallo al amanecer. Tenía vaga idea de qué era el viento, pues le había escuchado susurrar más de una vez entre los recónditos escondites de la caverna.

Sobre sus piernas inertes, había crecido el musgo. Al principio, Belgermir se lo rascaba con fruición, pues la comezón que le producía era intensa, pero como todo, se había ido acostumbrando: a la penumbra, al dolor, a la ceguera, a la eterna vida solitaria…

De todos modos, él era el Guardián. Era el heredero de Ymir, aunque el gigante nunca le había conocido y de haberlo hecho, probablemente le habría comido. Su padre le había contado más de una vez que Ymir era el gigante más grande de todas las épocas, y el primero de toda la raza. De la cabeza de Ymir había surgido la bóveda celeste. Su sangre había dado lugar a los ríos. Sus ojos, eran el Sol y la Luna, y de las chispas de su barba, habían surgido las estrellas. Su carne había dado lugar a la tierra que pisaban los hombres, sus dedos eran las montañas donde los enanos cavaban sus minas en busca de tesoros, y el vello de su cuerpo eran las arboledas donde los elfos danzaban y cantaban adorando a las estrellas. No todos los elfos eran así. Había también elfos oscuros, malignos y traicioneros, que hacían la guerra a sus primos luminosos, y por las noches, entrando en las casas de los hombres, robaban a sus niños para perderlos en las montañas y que fueran alimento de los lobos.

Belgermir creía no recordar a los elfos. En realidad, eran demasiado pequeños como para que él recabara en ellos, pero por alguna extraña razón no podía olvidarlos. Si el gigante hubiera tenido un poco más clara la memoria, sabría que las cadenas que le sujetaban a su eterna prisión habían sido forjadas por enanos y bendecidas por encantos élficos, y que por eso nunca podía abandonar su puesto, hasta que muriera el último día y entonces, todas las cadenas serían rotas.

Talvez las suyas también…

El gigante nunca se había atrevido a beber del agua del pozo. La maldición estaba clara.

“Aquel que bebiese del agua del Pozo de Mimir conocería el tiempo y la hora…”


Belgermir no quería saber nada del destino. No era feliz, pero tampoco quería amargarse la existencia sabiendo el día exacto y la hora en que moriría. A pesar de ser un prisionero, aún tenía esperanza de volver a oír cantar al gallo, de volver a ver el sol hundirse en la profundidad de los mares para renacer al día siguiente con toda la fuerza de su luz y su calor.

No podríamos decir que Belgermir sintiese odio o rencor por ser un prisionero. Su pecho era hueco y no tenía corazón. Como todos los gigantes, por dentro era de piedra, así que no sufría ni por sí mismo ni por los demás, y por eso no le había costado aplastar con su manaza a todo aquel que se había acercado alguna vez siquiera a dos pasos del Pozo de Mimir.

Por eso, no se inmutó siquiera cuando el extraño visitante apareció en el umbral de la caverna. Belgermir había escuchado con atención el trote fino de varios caballos que se detenían en la entrada de roca, el andar firme y decidido de dos robustas piernas que no retrocederían ante nada, ni siquiera al antiguo y gigantesco guardián del Pozo.

Belgermir sentía curiosidad por el viajero. Nunca antes había sido visitado por un individuo que hiciera retumbar las oscuras y perdidas salas de su prisión, que descendiese con tal celeridad la escalera de piedra que se adentraba en la infinidad de túneles que le seguían, que conociese a la perfección el camino que llevaba directamente a las aguas y su silencioso y temible protector.

Una luz dentelló en el umbral. Belgermir levantó lenta y pesadamente uno de sus brazos para cubrirse sus maltrechos ojos, que habían olvidado la luz hacía tanto tiempo. Pudo intuir perfectamente que aquel que le visitaba no era cualquiera. Podía sentir su respiración, los latidos de su corazón, la seguridad de su porte.

- ¿Quién penetra en los dominios de la Noche? – y la voz del gigante era un huracán que conmovía los cimientos de la montaña entera. – Dios o Gigante, Hombre, Enano o Elfo, nadie ha salido vivo nunca de los oscuros túneles de Jotunheim.

Belgermir aguardó la respuesta del visitante, quien aún permanecía en silencio, de pie, estático cual si fuese de piedra, mirándole directo, confiado, desafiante.

En medio de su ceguera momentánea, Belgermir pudo determinar a su nuevo y enconado rival. La luz que vertía nacía de su interior y se reflejaba como un aura monumental en todo su ser. Su armadura, sin duda, había sido forjada por enanos, pues mithril y oro le revestían la coraza, las hombreras, las grebas y el yelmo. Este estaba finamente labrado en oro y plata, y un ópalo adornaba su frente, mientras dos enormes alas de oro sobresalían a cada lado, haciéndole ver más majestuoso.

Sobre la armadura llevaba una capa de piel de lobo, animal consagrado y temible. Sus brazos eran fuertes, pues Belgermir se estremeció cuando alzó uno de ellos hacia él. Musculosas eran sus piernas, firmemente plantadas como el Árbol del Mundo que es eje del universo. Su cabello era rubio, como el sol del mediodía, y una barba de oro recorría el rostro limpio y varonil. Dos ojos verdes irradiaban cuales esmeraldas del centro de la tierra, y le miraban con insistencia, casi furia, como dos espadas clavadas en el corazón de sus víctimas. Sobre el hombro derecho, se había posado un ave de plumajes oscuros como la noche, y a su lado, un enorme lobo blanco de ojos celestes se levantaba amenazante dispuesto al combate. Belgermir pudo notar cómo el brazo izquierdo del extraño cargaba una lanza temible, de grandes proporciones, con la hoja hecha de hierro, bronce y cobre, que brillaba como el relámpago en la tormenta, y se enraizaba en la tierra fuerte como un roble.

- Tú eres Belgermir, encadenado al Pozo de Mimir desde la fundación de las eras – dijo tronante la voz del recién llegado.

- Ese es el nombre que me dieron mis padres al principio de los tiempos – respondió a su vez el gigante sin dejarse amedrentar. – Muchos eones han pasado desde que recibiera la visita de alguno que se atreviera a bajar hasta aquí. Mas dime tu nombre y cuál es el propósito de tu visita.

El gigante no ocupaba saber cuál era el objetivo de aquel viajero. Bien lo sabía él. El mismo de todos. El robo, la avaricia, el deseo del conocimiento oculto en las aguas del Pozo…

- He venido a proponeros un trato, pues, gigante – volvió a decir el viajero, sin atender las palabras de Belgermir. – La sabiduría que encierras en esas aguas… el conocimiento del destino, la profecía oculta… A cambio, he de daros lo que me pidas, pues no he venido a matarte aunque bien podría hacerlo.

- ¿Matarme? ¡Ja! – rió confiado el gigante. Bien sabía el destino de todos los que le habían intentado. – Mi piel es la roca de esta montaña. Mi corazón no late pues es de hierro, y mis brazos son dos potentes mazas que aplastan los cráneos de todos los que osan retarme. No puedo mover mis piernas, atadas al fango de las profundidades, pero has de saber que es terrible locura enfrentar a Belgermir el Guardián del Pozo.

- Bien conozco tu historia, Prisionero – dijo una vez más el visitante. – Mas esta lanza que blando ha atravesado ya a mil gigantes que se me han atravesado en tu búsqueda. No me gustaría que fueses el siguiente.

Y dicho esto, enarboló el brazo izquierdo y tiró la lanza cual jabalina hacia el pecho de su adversario.

Belgermir sintió con dolor como el arma penetraba sus entrañas. A su quejido doloroso, se estremeció toda la tierra y el sonido de su grito aún se escucha en aquella cueva. No murió, sin embargo, porque no lo quiso su rival, pero era evidente que el poder de aquel visitante era inimaginable aún para el temible Belgermir.

- Podría tomar las aguas ahora, gigante – rugió el viajero. – Atravesaros de lado a lado y deshacerme de ti para siempre, mas no me es conveniente hacerlo, porque con tu muerte otros vendrían a robar esta agua. Créeme. Solamente uno, yo, tengo el derecho y el poder para beber de este Pozo.

- Nadie puede beber este líquido sin un precio – dijo adolorido el gigante, retorciéndose por aquella lanza de luz. – El que beba de ella, será maldito.

- Maldito no, mas si el conocimiento es maldición, yo he de recibirla gustoso.

- Tu decisión has tomado, así sea pues – terminó Belgermir. - Una sola cosa te pido. Centurias llevo atado a esta roca. La oscuridad me ha robado la luz de mis ojos. Ni siquiera puedo mirar tu rostro, pues la ceguera es terrible y no tengo manera de mirar. Dame pues, una de esas esmeraldas que brillan en tu rostro, y yo con gusto os permitiré beber de esta agua maldita y saciar tu sed.

- Dolorosa es tu petición, gigante – dijo el viajero en un tono más conciliador. – Sin embargo, te he provocado dolor cuando tú no me has atacado siquiera. Venga pues, es justo el trato.

Y el viajero retiró la lanza del pecho del gigante, que suspiró aliviado. Seguidamente, el visitante sacó un cuchillo, y acercándolo a su rostro, sin dudar un solo instante se arrancó el ojo izquierdo, que entregó al gigante como si se tratara de una perla.

Belgermir tomó el codiciado objeto, que en su mano parecía una pequeña uva que podía aplastarse con solo un dedo, pero al acercarlo a su cara, pudo ver cómo creía y brillaba con luz propia, como si fuera un faro, y colocándolo en la cuenca vacía donde una vez estuvo el suyo, la sala se iluminó.

- Veo – dijo. – Y ahora creo que sé quién eres, visitante de las sombras.

El viajero tomó una jarra que colgaba de un fino hilo de oro en el borde del Pozo. En el interior, las turbulentas aguas negras que guardan todo el conocimiento desde el principio y antes del principio se revolvían desordenadas, huecas, sin dominio sobre sí mismas.

El visitante alargó la mano y llenó la jarra, y brindó por él, porque no podía brindar por nadie más, y luego, bebió.

Y el conocimiento penetró en su cabeza, y supo el principio y el final de todo, y supo su destino y el cada uno hasta el final de las eras.

- El conocimiento es maldición, viajero – susurró el adolorido Belgermir, mientras ocultaba una sonrisa. – Te lo he advertido.

El otro se volvió y le miró de frente con el único ojo que le quedaba.

- Pues maldito soy.

Dicho esto, se volvió, acompañado siempre por el lobo blanco y el cuervo negro.

Antes de salir de la sala y abandonar para siempre aquel lugar, Belgermir le llamó una vez más.

- Nunca me dijiste tu nombre, forastero.

El otro se volvió.

- Al final de los tiempos, cuando todas las cadenas sean quebrantadas, sabrás que Odín te visitó esta noche.


Hoy suena: Turisas - Miklagard Overture

lunes, 9 de noviembre de 2009

20 years tearing down walls




I wanna run, I want to hide
I wann tear down the walls
That hold me inside
I wanna reach out
And touch the flame
Where the streets have no name










Hoy suena: U2 - Where The Streets Have no Name

jueves, 5 de noviembre de 2009


Remember, remember the fifth of November,
The gunpowder treason and plot,
I know of no reason
Why the gunpowder treason
Should ever be forgot.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Gritos en la oscuridad

"Una dosis muy pequeña de mi encanto fantasmal
Y hombres hechos y derechos gritaran"

Bueno, tras una temporada a la sombra lidiando mi cruzada personal contra el demonio llamado "Lingüística", me he decidido a darme una pequeña pausa en mis quehaceres personales y estudiantiles y actualizar este rinconcillo insignificante de La Gran Red.

Esta entrada se la dedico a esta festividad pagana, llamada desde tiempos ancestrales Samhain por unos, Calan Gaeaf por otros... aunque todos la conocemos por el nombre de Halloween (Otro día contaré el origen de este día y la curiosa leyenda que hay detras de las calabazas).

Aunque Halloween por tradicion no se celebre aquí en la península, en estos tiempos modernizados tan occidentalizados todo se copia de la gran USA... E incluso yo lo he celebrado aunque no como se debería celebrar. Durante este fin de semana creé mi propio maratón de peliculas con las peliculas de terror (no teneis por qué compartir este criterio con un servidor) que han marcado mi existencia hasta ahora. Por falta de tiempo, de la lista de peliculas proyectadas destacaré solo algunas.

- IT, de Tommy Lee Wallace (1990). Adaptacion de la novela homónima de Stephen King. Realmente llegué a odiar a estos dos personajes por la creación de tal monstruo (en el sentido terrorífico). Hasta ahora ha sido la única pelicula que me ha impedido el sueño.

- Pesadilla Antes De Navidad, de Henry Selick (1993). Producida por Tim Burton. Aunque la película en si no da miedo, es un must-see durante este día. Además los musicales como sabréis me hacen tilín.

- Gremlins, de Joe Dante (1984). "¿Pelicula de Terror?" os preguntareis. Pues si, al igual que King Kong fue calificada como pelicula de terror en su estreno en 1933, esta también lo fue hace 20 años. ¿Quién, cuando va a dormir después de haber visto esta pelicula, mira debajo de su cama por si se encuentra acechando un ser verde que espera para atacar?... yo fui uno de esas personas. Aunque hay que reconocer que tambien todos queriamos un Gizmo como mascota... de ahi que tambien posea un Furby.

- 9 Extraños, de Steven R. Monroe (2004). Esta pelicula guarda un cierto parecido a la franquicia Saw, en la temática de que se trata por una "carrera" por la supervivencia entre un grupo de gente que no se conocen entre sí. Prefiero esta pelicula a las de Saw por 2 razones: la primera de ellas es que esta pelicula usa como arma un terror mas psicológico, intentando inducir a los espectadores la paranoia que sufren los protagonistas; la segunda razon es que esta pelicula no llega a ser tan visceral y gore como lo son las distintas Saw.

Hoy suena: Rob Zombie - Dragula