domingo, 2 de marzo de 2008

La Verdad

En una oscura sala había dos hombres, uno de ellos parecía un anciano bastante inteligente, en cambio el otro era más músculo que cerebro. Ambos estaban sentados sobre dos sillones muy cómodos, hablando sobre lo que ya había acontecido.

-Dígame señor, ¿por qué no lo hizo?- Preguntó aquel más joven al venerable.

El anciano se quedó en silencio, observando las palabras del joven.

-Le tenía entre sus manos, podía haber terminado con él, pero no lo hizo ¿Por qué?- Insistió.

El anciano hizo un movimiento brusco, cogió su pipa mientras meditaba mirando al fuego. Acto seguido parecía haber salido de un trance cuando se levantó y se acercó a la ventana que daba a los jardines de aquella casa. El joven le siguió, para no perder ni una palabra de aquel mudo anciano.

-Por favor le pido… usted me enseñó todo lo que ahora soy, y en cambio usted mismo no se dejó guiar por sus propias ideas. ¿Por qué?- Seguía el joven.

Se oyó salir un resoplido de la boca del anciano. Parecía que se disponía a hablar, y el joven se quedo en silencio, un silencio sepulcral.

-Nada de lo que ocurre en esta vida es real.- contestó el anciano mientras volvía a fumar de su pipa.- Unas veces se tiñe la realidad, se tapa con un tupido velo e intentamos olvidarnos. Una realidad que es efímera. ¿Alguna vez sentiste que lo habías conseguido todo y por un simple cambio de la fortuna tu vida ya no existía?

El joven estaba maravillado con sus palabras, y después de escucharle atentamente le contestó, para que prosiguiese con la charla.

-Sí…-dijo el joven.

-Claro que lo sentiste… Todos lo sentimos alguna vez.-Explicó el anciano pensativo, inmerso en sus ideas.- La fortuna no es y nunca será una aliada, puesto que en el momento más decisivo todo se puede torcer. Nunca confíes en ella, joven aprendiz.

El joven aceptó las palabras del anciano con la cabeza, esperando a que continuase, pero el anciano no parecía continuar. Él intentó incitarle otra vez.

-Eso está bien… ¿pero que ocurrió entonces?- Preguntó el joven.

-Eres muy impaciente.- Contestó el anciano, a lo que el joven se sintió dolorido.- Proseguiré con mi historia, pero no por ti, sino por la verdad.

-¿La verdad?- se extrañó el joven.

-La verdad. Lo único que vale en esta vida, tu fiel compañera. Pero en estos tiempos es imposible encontrar esa verdad, la verdad pura.- Explicó.

-¿Por qué no existe una verdad pura, señor?- Preguntó el joven muy curioso.

-Pues… por que tenemos miedo a lo único que es real en esta vida. La muerte.- Se hizo el silencio durante varios segundos.- La gente no se atreve a hablar de ello, la temen puesto que es tan aleatoria como la fortuna, cuando te llega nadie te puede salvar. Desconocemos el camino por donde su mano gélida nos guiará y mucho menos sabemos del paradero. Por ello la gente ya no habla con sinceridad. Las palabras ya son solo suspiros de dolor, mentiras y odios que ennegrecen el alma.

El joven tardó varios minutos en entender todo lo que le había dicho su maestro. Pero aun así no había entendido el por qué le dejo escapar. Y no dudó en preguntarlo.

-Creo señor, que está dando rodeos al tema principal, ¿por qué no me dice ya lo que ocurrió? ¿Para qué tanta reflexión?- Preguntó de forma un poco ruda el joven.

El anciano le fulminó con una mirada seca, muerta. Y le explicó.

-Es cierto que tenía en mis manos a mi peor enemigo ayer mismo. Qué de haber querido le habría matado y haberme quitado ese sufrimiento de encima de una vez por todas… Pero en ese momento.- Respiró profundamente.- Me di cuenta de que lo estaba haciendo mal. Como antes te he explicado un golpe de fortuna me ayudó, pero a la vez esa fortuna, de la cual no hay que fiarse, me recordó algo. Podía matar a aquel hombre, pero entonces le daba de comer a la muerte. ¿Crees que alguien es capaz de ganarse como castigo su propia muerte? ¿Acaso él ha hecho tanto mal como para tener que morir?

-Pero señor… él le ha hecho mucha maldad a usted…- Contestó el joven.

-Aún así, nadie puede volver de la muerte. Matar a alguien es algo que sólo los dioses deben elegir, y no nosotros. Guerras, dolor, sufrimiento… son pequeñas muestras de lo que en esta vida hacemos mal. Deberíamos buscar la verdad, y no escondernos en un mundo de mentiras que no llevan a ningún lado. Cuando finalmente seas libre, tendrás que guiar a la gente a la verdad.- Dijo el anciano.

-Claro, mi maestro.-Contestó el joven.

El anciano tosió un poco, y acto seguido volvió a hablar.

-Ahora ha llegado el momento de que la muerte me guíe en mi sendero. El momento de que yo abandone este lugar. Por favor, déjame marchar.- El anciano empezó a caminar lentamente a su habitación. Le había llegado el momento.

El joven se asombró de las palabras de su maestro, lloró y le vio morir. Tumbado en la cama como un noble.

-Descansa en paz, amigo y mentor.

2 comentarios:

Denethor dijo...

Francamente,leyendo el texto he experimentado desde la inicial indinferencia, pasando por un cierto aborrecimiento, seguido luego de un cierto interés, para terminar con la más absoluta de las indignaciones.

Definitivamente, no sabes matar a tus personajes. Las prisas a la hora de escribir no traen nada bueno.

Por lo demas, el texto al igual que algunos otros anteriores de tu cosecha, adolece de referencias más concretas en cuanto a los ambientes y personajes.
Por otra parte esa imprecisión de tu género literario no se si es pretendida o no, rozando a veces el ensayo filosófico y otras la novela épica o de suspense.


Espero que mi crítica te haya ayudado. Todo lo dicho, lo ha sido sin acritud.


Un saludo.

Ashbringer dijo...

Una nota: este texto tendrá lo mínimo dos años de antigüedad, solo me apeteció subirlo.

Ya sé que es un desastre de texto, pero creo que en todo este tiempo he mejorado en mi estilo. Ya pondré algo mas reciente.

Saludos