domingo, 30 de agosto de 2009

Uno a uno

¿Por qué? ¿Por qué nos matan? No paro de temblar y de llorar, no puedo reprimirlo. No me avergüenzo de estar aterrorizado, pues he visto lo que nos hacen. Somos pacientes involuntarios en una macabra sala de espera. Por las ranuras de la vieja puerta he podido ver qué les ha pasado a los que han salido antes que nosotros. Uno de ellos era mi hermano. He visto como le torturaban, como le desangraban y se burlaban de él para después atravesarle el corazón con una espada. Tendido en el suelo, escupiendo sangre, agonizando... le sacaron el acero y se lo volvieron a clavar hasta que dejó de moverse. Me puse histérico, grité y golpeé todo como un loco, incapaz de concebir tanta crueldad. Vomité y pensé que iba a perder la razón. Habían matado a mi hermano y a todos los demás. Uno a uno, todos saldríamos por esa puerta y correríamos su misma suerte.

Uno a uno.

Me acordé de mis padres, de cuando vivíamos en el campo, de cómo disfrutábamos de la vida y la alegría de creernos libres. Me acuerdo de lo que le gustaba a mi hermano correr ladera arriba y de cómo se reía cuando yo intentaba alcanzarle y nunca lo conseguía. Esos días ya no volverían nunca, jamás. El horror lo había transformado todo como en una pesadilla.

La puerta se abrió. La luz del sol entró y todos nos alejamos de ella como si fuese mortal. Entraron ellos. Me miraron. Yo era el siguiente. Algo había muerto dentro de mi, quizá mi voluntad, quizá mi miedo, pero cuando me agarraron para que saliese no me resistí. Eché una última mirada a mis compañeros, mudos y tristes, arrinconados en la oscuridad. Sus ojos me partieron el alma. Agaché la cabeza y me dejé conducir. La puerta se cerró detrás de mi y me vi en un estrecho pasillo con dos pequeñas puertas delante mía. La gente de las gradas me gritaba, algunos me tiraban cosas o me escupían. Alguien me golpeaba el costado con una vara metálica, pero aguanté el dolor sin darme la vuelta, dispuesto a no darle el placer de verme sufrir.

Pronto, las dos puertas se abrieron y le vi, en la arena. El hombre que me iba a matar. Resignado y sin dejar de preguntarme por qué habíamos de morir, nosotros que fuimos libres, agaché la cabeza dispuesto a luchar por mi dignidad. Cogí carrerilla para embestirle y el torero se preparó para el espectáculo. Me consuela saber, como noté cuando le miré a los ojos, que él también tenía miedo.

Hoy suena: The Tossers - Siobhan

1 comentario:

DamagedBrainzs dijo...

O.O

sabes? te odio... porque despues de leer lo que escribes siempre me dejas sin palabras... DIOOOOOOOOOOOOOOOOS!!!

escribes GENIAAAAAL!!! :B

dedicate a ello... tienes mas futuro que yo